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jueves, 28 de marzo de 2013

Lo bajo de la política paraguaya


Por si el amable lector no lo había notado, nos encontramos en pleno proceso electoral. Hemos llegado en las semanas previas a las elecciones generales en Paraguay.

Las propagandas políticas y las promesas de la realización del jardín del edén en sueño sudamericano inundan cuanto medio de comunicación encuentren a su paso. La saturación y la irritación de la gente van en aumento mientras más se acerca el “Día D”.

“Por favor que ya terminen las elecciones. Total la vida del que va a entrar es lo único que va a cambiar”, le escuchaba decir a una señora que cargaba cuatro bolsas repletas de mercaderías y aguantaba estoicamente alguna propaganda electoral seguida después de una cumbia estridente en el colectivo.


En medio  del alocado ritmo político que se vive en suelo paraguayo, no deja de llamar la atención un hecho que nos debería entristecer. Y es que la política paraguaya cae más bajo cada día.

Nada nuevo bajo el sol. Cierto. Empero la triste realidad no puede no desesperar a cuánto iluso ciudadano espera escuchar propuestas serias para decidir en quién depositará su confianza el próximo 21 de abril.

Escuchar los discursos de los diferentes candidatos a cuánto cargo electoral está en juego o los “debates” (griteríos) entre los oponentes no pueden producir en el común del pueblo sino desesperación por el oscuro futuro que nos espera.

Lejos de declamar sus propuestas, analizar la situación socio-económica del país o tal vez siquiera presentar las alternativas demagógicas de cada elección, los políticos paraguayos han centrado sus fuerzas durante este período en tratar de ensuciar –cómo sea posible- a sus contendientes.

La política paraguaya se ha convertido en un campo de batalla burdo en el cual quien grita e insulta más es auto proclamado vencedor.

Mientras más nos acercamos al 21 de abril, más evidente se hace que en la política criolla sigue persistiendo un modelo que margina a quienes con su inteligencia, preparación y capacidad podrían ayudar a levantar este país desmoralizado.

Así las cosas, el futuro no luce muy alentador para el día después del 21 de abril.

lunes, 10 de diciembre de 2012

El “mesías” no llegará


"Ambos se dañan a sí mismos: el que promete demasiado y el que espera demasiado".
Gotthold Ephraim Lessing


En épocas electorales, el pueblo paraguayo se parece bastante al pueblo israelita del Antiguo Testamento. A la espera de un salvador nos pasamos comiendo falsas promesas de una redención que no llega.

De acuerdo a los relatos de la Biblia cristiana y la tradición judía, durante los siglos de espera de la llegada del Redentor, del “hijo de Dios”, aparecieron ante la sociedad hebrea cientos de falsos profetas que se autoproclamaban salvadores del pueblo israelita.

En Paraguay, en las últimas dos décadas al menos, es común la aparición de nuevos salvadores cada dos o tres años. 

Estos redentores engatusan –o por lo menos intentan- a cuantos se les pongan enfrente buscando conseguir un voto más. Son capaces de caminar por barrios y ciudades de las que nunca antes habían escuchado, besar niños, abrazar ancianos, bailar el “Gangnam Style” y lavar automóviles en compañía de esculturales modelos. 

De acuerdo a sus discursos, el votarles nos representaría la salvación de una sociedad paraguaya que sigue sufriendo hambre, analfabetismo, falta de salud y uno de los mayores márgenes de pobreza en el mundo.

Se los conoce como políticos, un calificativo que les queda demasiado grande a algunos que no pasan de buscar sumarse a la larga lista de sanguijuelas que viven de las bondades estatales y luego de algunos años se retiran a vivir tranquilos.

Durante la época electoral –como la que estamos viviendo actualmente- prometen que con su simple llegada al poder el Paraguay se convertiría en la Suiza sudamericana.

Mentiras, patrañas, palabrerías que no sirven sino más que para engañar a la gente.

Los políticos, hábiles esgrimistas de las palabras, aprovechan la desesperación de un pueblo que no ve la hora de la llegada del mesías, el “salvador” de la política paraguaya.

Sin embargo, es tiempo de que notemos que no existe una persona que traiga la salvación a todos los males que nos aquejan como sociedad. Los que ostentan el poder no son más que la punta de una pirámide que no puede funcionar sin la base, esa que está compuesta por todos y cada uno. 

No existe sistema de gobierno que pueda reemplazar a la iniciativa individual de los componentes de la sociedad. 

El Paraguay no necesita de nuevos políticos, sino de un pueblo que rompa con las cadenas del desinterés, la apatía y la falta de actitud. 

Se acercan las elecciones y tenemos que dejar en claro que –una vez más y como será siempre- el mesías político no llegará. La salvación del pueblo paraguayo está en la capacidad de movernos, si no estamos condenados.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Apenas un inicio


La convocatoria multitudinaria que se vio en las calles asuncenas en estos días ha marcado un hito en la conciencia ciudadana de los paraguayos, pero ¿y ahora qué?

Los ciudadanos paraguayos rompieron en estos días el letargo a la que se veía sometida su conciencia desde hace un buen tiempo.

La decisión antipopular realizada por la Cámara de Diputados de otorgar 215.000 millones de guaraníes a la Justicia Electoral para el mantenimiento de miles de operadores políticos que no hacen más que sino calentar las sillas del local del TSJE.

Las quejas, los plagueos entre los círculos de amigos y las redes sociales no se hicieron esperar. Las convocatorias a través de las redes sociales tampoco, todas, pero absolutamente todas, lograron conseguir miles de “Asistiré” en apenas unas horas. Sin embargo, hubimos quienes dudamos de un pueblo que, acostumbrado a los ultrajes, ya no mostraba de manera masiva su indignación.

Los escépticos, llegamos hasta la plaza aquel viernes 25 de mayo con la intención inconsciente de encontrarnos tal vez con unas 200 personas. Nos tuvimos que tragar las palabras cuando al llegar nos vimos ante una masa de por lo menos tres mil personas “armadas” de repudio hacia una clase política podrida de vicios.

Los viejos zorros del Senado quisieron evitar el encuentro cara a cara con el pueblo, aquel mismo pueblo al que tratan de vender falsas imágenes cada cinco años, y convocaron a una sesión extraordinaria para tratar el rechazo o no del aumento.

La llamada ciudadana una vez más surgió, pero ¿podrían quizás llegar a unos cientos en algunas horas cuando el gran evento estaba preparado para 24 horas después?.

La jugada no les sirvió, y a su llegada al Palacio Legislativo, los de la Cámara Alta tuvieron que enfrentarse con el rostro enojado, hambriento, falto de salud, de aquel pueblo al que engañan con falsas promesas de paraísos que luego se convierten en infiernos de constantes ultrajes.

En dos décadas y media de transición democrática, la ciudadanía consiguió lo impensable: cambiar una decisión parlamentaria indigna, injusta y burda.

El pueblo paraguayo despertó de la anodinia por algunos días, salió a las calles y demostró quienes son los verdaderos gobernantes.

Por primera vez, el pueblo cansado, hizo sentir en sus reclamos aquella frase que retumbaba en las calles francesas durante el mayo de 1968: “Queremos a las estructuras al servicio del hombre y no al hombre al servicios de las estructuras. Queremos tener el placer de vivir y nunca más el mal del vivir”.

El pueblo paraguayo cumplió aquella frase casi imperativa del Premio Nobel Albert Camus: “Sed realistas, pedid lo imposible”.

Lo que pasó en estos días en las calles de Asunción y las diversas capitales no debe pasar a ser otro hecho aislado en la apatía paraguaya sino tan solo un inicio. El inicio de una vida política mucho mejor para el país.


Juanki Lezcano F.

lunes, 13 de febrero de 2012

De falsos colonialismos y el suelo guaraní


La polémica generada por la situación de las tierras en el Alto Paraná ha traído al tapete de las discusiones aquel viejo mito sesgado de odio ideológico y xenófobo que habla de que Brasil y otros países tienen intenciones imperialistas y de invasión sobre el Paraguay.

El grupo de los “carperos” señala que las tierras ocupadas hoy por ciudadanos brasileños (muchos de ellos con casi medio siglo de vida en el Paraguay y con la ciudadanía paraguaya adquirida desde hace varios años) son fruto de adjudicaciones ilegales y de un proceso de penetración brasileña con intenciones de expandir su territorio en tierras paraguayas.

Entre otras barbaridades, los autodenominados “sin tierra”, se proclamaron a sí mismos en los jueces de la autenticidad de la nacionalidad paraguaya o no, según ellos para cultivar en Paraguay “hay que hablar el guaraní y cantar el himno nacional” ¡En qué líos nos hemos metido algunos que ya deberíamos estar buscando algún refugio donde pasar el resto de nuestros días! Afirmaciones dignas de la Alemania Nazi, que bajo las intenciones de buscar a los “puros” aniquiló a mi llones.

Sin embargo, si nos basamos en la definición que nuestros compatriotas de la raza paraguaya teeté nos dan del colonialismo, el pueblo paraguayo debería ser motivo de preocupación para los países vecinos. Y es que desde hace varias décadas, miles de compatriotas, por los motivos más variados, han tenido que tomar rumbos a distintos puntos del globo en busca de nuevos horizontes.

Tanto es así que en la Argentina la población paraguaya ha llegado a cerca de dos millones, en Brasil la cifra no está muy lejos, y no nos olvidemos de España.

Los defensores de la “autonomía paraguaya” han olvidado que en esos países muchos compatriotas hoy ganan dinero suficiente para mantener a sus familias que permanecen en suelo paraguayo, y reciben beneficios, como la atención médica gratuita, que son propios de los ciudadanos originarios de esos países.

El odio alentado por varias corrientes ideológicas, principalmente de izquierda, se olvida que mientras nos lamentamos por hombres y mujeres que producen en suelo guaraní existe una potencia que somete a la economía sudamericana cada vez más. No, no festejen, no hablo de Estados Unidos, sino de China.

El gigante asiático se ha convertido en el mayor comprador de materia prima proveniente de América Latina, procesandola y vendiendo de nuevo los productos manufacturados a sus proveedores que fácilmente podrían producir esos productos y venderlos, representando un mayor ingreso para las economías del continente.

Empero China se ha negado a comprar productos latinoamericanos que no sean las materias primas, obligando a las economías americanas a quedar estancadas. Si de sometimiento hablamos, este es un gran ejemplo.

Es cierto que en lo años de gobiernos colorados (el gobierno actual, estoy casi seguro, tampoco se salva de los viejos vicios) la tierra ha sido repartida de manera injusta  a favor de pusilánimes del poder de turno, pero los actos de violencia y la xenofobia no son los caminos que debemos seguir para una justicia social equitativa.

Quienes hoy ocupan tierras privadas son muchas muchas veces manipulados por sus líderes que viven las bondades de los favores de algunos políticos que los apoyan. No son pocos los casos de líderes sin tierra que han sido beneficiados con algunas hectáreas de tierra para luego venderlas y disfrutar de los beneficios económicos que representa la reventa de las parcelas a extranjeros o magnates de la tierra.

Se ataca a los “colonos”, mientras que los gobiernos de turno siguen repartiendo entre sus aduladores hectáreas de tierra fértil. Si queremos progresar, no podemos caer en los chantajes de los violentos, sino que debemos buscar sistemas que permitan un desarrollo social equitativo en el respeto de las libertades personales, el Estado de Derecho y la propiedad privada.

Si no, nos esperan años de retraimiento socio-económico.

martes, 10 de enero de 2012

El protocolo “pro-dictaduras”


En diciembre pasado, en medio del ruido mediático por la posible imposición de Venezuela como país miembro del Mercosur, de manera silenciosa y sin mucha publicidad se firmó el protocolo de Montevideo, de “defensa de lademocracia en la región”.
El nuevo protocolo firmado por los presidentes del bloque regional y los invitados Hugo Chávez (Venezuela) y Rafael Correa (Ecuador) da la potestad a los países miembros del bloque a tomar medidas ante cualquier “atentado” contra la democracia dentro del territorio de los mismos.
Las medidas incluyen el bloqueo del tránsito, la retención de mercaderías, la suspensión de la provisión de energía, entre otras medidas. El presidente Lugo, sin consultar a absolutamente nadie ratificó el protocolo con su firma, a pesar de que minutos antes había asegurado que respeta lainstitucionalidad del país.
Para que el lector pueda entender pongamos una suposición como ejemplo. En caso de que el Poder Ejecutivo del Paraguay entienda (o declare ante sus pares del Mercosur) que un juicio político al presidente Fernando Lugo constituye una amenaza para el orden democrático en Paraguay, el protocolo permitirá que: Brasil pueda suspender la provisión de energía eléctrica al Paraguay; Argentina podrá bloquear el tránsito en los ríos para barcos paraguayos; Argentina y Brasil podrán cerrar sus fronteras con Paraguay; Argentina, Brasil y Uruguay suspenderán vuelos con nuestro país además de que fuerzas militares de los tres países podrán intervenir en suelo paraguayo; y Hugo Chávez podría enviar miembros de su ejército para “mantener el orden”.
El Protocolo de Montevideo ha pasado a convertirse en el sueño que hombres como Stroessner, Videla, Bordaberry y Pinochet hubiesen deseado para la mantención de sus gobiernos, que “democráticamente” se mantuvieron en el poder por varios años en países de Sudamérica causando terror y muerte a sus opositores.
Hoy, cuando en el mundo la voz del pueblo se levanta contra aquellos que por años han desoído el clamor popular en pos de intereses particulares (el cuerno de la zona norte de África es un ejemplo) los gobiernos del Mercosur han dado un paso para una nueva opresión a sus pueblos, que de ahora en más pueden ser acusados de atentar contra la democracia por el simple hecho de mostrar su desencanto ante el gobierno de turno.
Quienes firmaron el gobierno, grandes luchadores contra las dictaduras militares que se impusieron en el continente sudamericano entre los décadas de 1960 y 1980 (no olvidemos que los presidentes de Brasil y Uruguay Dilma Rousseff  y José Mujica, respectivamente, formaron parte de la lucha armada contra las dictaduras de sus países) demuestran que el poder puede hacer cambiar rápidamente la memoria de quienes lo ostentan, dejando de manifiesto una vez más la vigencia de aquel viejo postulado de John Locke: “el poder corrompe”.
El Protocolo de Montevideo deja de manifiesto como se ha borrado de nuestras memorias una página tan oscura de la historia sudamericana como fueron las dictaduras, dando pie a todo tipo de represión e intervención internacional obedeciendo a los caprichos de los gobiernos amigos; y ese mis queridos amigos es un error que no podemos permitirnos.

jueves, 5 de enero de 2012

Las locuras de quienes dicen tener la razón


En estos días el desalojo y la colocación de una verja para la preservación del uso público de la plaza Uruguaya se han convertido en el centro de una tormenta de debates sin fin que en lugar de buscar puntos de convergencia se han ido convirtiendo en discusiones ideológicas sin sentido que nada tienen que ver con el quid de la cuestión.
En medio de las polémicas apareció (digo apareció porque hasta estos días nunca supe de la existencia del grupo) un grupo autodenominado “Los gatos”, que en otras palabras son la “versión paraguaya” del movimiento de los indignados que surgió en Estados Unidos y España.
En la noche del 4 de enero un grupo de ideas parecidas a la del grupo derribaron las obras que la Municipalidad de Asunción estaba realizando en la Plaza Uruguaya, en la mañana del día siguiente los miembros del grupo realizaron sentatas en el lugar para tratar de detener la continuación de las obras.
En una entrevistarealizada por el reconocido periodista Enrique Vargas Peña en la Radio 970AM, el líder del grupo Augusto Ferreira aseguró que ya que las leyes son fruto de imposiciones de un grupo sobre otro las mismas pueden ser ignoradas por protestas y crear nuevas en base a manifestaciones populares.
Entre otras tantas estrafalarias declaraciones Ferreira aseguró que los medios buscan la criminalización de los pobres señalando que los hechos de violencia que varios dirigentes indígenas protagonizaron y terminaron con un policía herido de bala en el cuello no son más que satanizaciones que los medios publican.
Ferreira en sus declaraciones no ha demostrado más que una ideologización terrible que lo ha cegado hasta tal punto de tomarse atribuciones de los tres poderes del estado, al ignorar leyes, crearlas mediante asambleas populares y promulgarlas a gusto.
En un momento de la entrevista con Vargas Peña, Ferreira aseguró sin tapujos “claro que me gustaría tener un Código Penal como yo quiero”, afirmación digna de los autoritarismos de los más terribles.
Nadie niega el derecho de libertad de expresión y manifestación que pueda tener cualquier persona, sin embargo es preocupante que personas como Ferreira y su grupo de 20 personas consideren que una asamblea de 5000 personas tenga más representatividad que el electorado de cerca de doscientas mil personas en la ciudad capital. Ideas como esta se mantienen solo en las peores dictaduras de nuestros días como en Corea del Norte o en Cuba donde las asambleas de los partidos oficialistas (los únicos existentes) pueden definir el destino de millones de personas sin intento siquiera de réplica popular.
Nadie tiene derecho a la destrucción de los bienes públicos y mucho menos a creerse superior a las leyes vigentes.
Ferreira y su grupo pretenden implementar la vieja táctica de la imposición por la fuerza, por la acción, sin que eso importe pasar por encima de las leyes.
“Los Gatos” no son más que el llamado a la imposición por la fuerza de las ideas, porque son ellos quienes tienen la razón y no el resto. El grupo de jóvenes es una clara demostración de la esquizofrenia a la que se puede llegar con la creencia de que la verdad absoluta está en manos de un grupo y que un grupo de jóvenes piense así, debería comenzar a preocuparnos.